Del fuego nace y muere, de sus cenizas reencarna y con sus ideas llena el alma

martes, 8 de abril de 2008

Canelo


Canelo

“Todos tenemos algo

que mueve nuestras raíces

desde lo más profundo”


En verdad no sabía lo que estaba pasando.

Era un ejercicio práctico que sucedía a diario desde hacía unos cuantos días… los ruidos fuertes y ásperos duraban horas; sabía que cada vez se acercaban más… no se si era por percepción auditiva o porque en realidad lo sentía… lo presentía en mis raíces. De cualquier forma, ahora se que estaba en lo correcto.

Yo siempre plantado en el mismo lugar y mirando solo desde mi terreno, no podía darme cuenta lo que pasaba a unos cuantos metros… solo podía esperar a que se acerque ese eco profundo, o a sorprenderme por algún comentario que escuché de los amigos cercanos.

Si, es verdad que muchas veces me hice el tonto para con los demás… pero ¿Qué podía imaginar yo en verdad? Siempre paralizado y dentro de mi mundo. Además, ¿a quién le podía pedir ayuda? Si nadie mas veía lo que sucedía, yo no podía hacer nada.

Recuerdo la frescura del invierno cerca de mi… ¿Por qué a nadie le gustaba el invierno excepto a mi?... ¡no me importaba ser pelado o desprolijo! Me importa la frescura contra mi cuerpo… (Aunque entendía que nadie lo veía desde mi perspectiva), me gustaban las frescas y constantes lluvias que me refrescaban aún mas y luego veía desembocar en el río mas cercano.

Lo que siempre me ponía feliz eran los cantos, las rondas, las risas, (a pesar de que esos eran definitivamente en primavera y verano) pero me gustaba sentirme acompañado… creo que me dio siempre fuerza, voluntad y serenidad… y además me sentía privilegiado, porque (aunque yo era uno de los más jóvenes), era uno de los elegidos cuando se trataba de jugar, charlar, tomar mate con bizcochitos o incluso sentarse a leer un libro alguna tranquila y soleada tarde. Consideraba mis amigos a un grupito de niños que siempre me hacían compañía, siempre me abrazaban y jugaban conmigo… ¡tantas historias habré escuchado! Desde las leyendas urbanas, chismes de los adolescentes y confesiones de los más grandes; aunque esos no me prestaban tanta atención, pero yo los quería igual.

Mi favorita era Silvina, ella siempre venía con botellitas de agua desde su casa (que estaba alejada de mi lugar, como todas las demás) y también traía pinturitas blancas para ayudarme con cualquier eventual problema que podría tener. Ella siempre se quedaba conmigo, creo que algunos de sus pensamientos en voz alta eran dirigidos hacia mi, como si esperara que pudiera contestarle, como si se diera cuenta que la estaba escuchando, como si esperara un consejo. Y yo le contestaba… pero era obvio que no entendería lo que le decía… porque de mi boca nunca salió una palabra, aunque desde el fondo de mi ser, yo les respondía con amor.

Lo que me amargaba, y en verdad me entristecía triste eran algunas situaciones que solía presenciar. A veces persecuciones, almas que escondían algo… pero, gracias a Sacháyoj, nunca me pasó como a mi prima Betula, que presenció actos despiadados. Creo que si me hubiera pasado tal cosa, nunca podría haber seguido creciendo o estando tan contento…

Un día, el sonido definitivamente estaba a solo metros de mí, pero no quería mirar, no quería saber que es lo que podía pasarme. Me sentía tonto, inmaduro (aunque si, en realidad era inmaduro… no se si tonto)… esperé un poco y luego me decidí a mirar cuando el ruido bronco y áspero había cesado.

No lo podía creer.

¿Qué demonios había sucedido? ¿Todo esto pasó mientras yo no miraba?, o mejor dicho ¿mientras me hacía el tonto para no mirar?

Mis amigos no estaban allí, ni mis pares, ni los otros, los que jugaban siempre conmigo. Estaba solo. Me sentía desprotegido (y lo estaba en verdad).

Pero… no había nada allí, ni señal de nadie.

Los jóvenes no estaban cerca, seguramente chateando en sus casas, en la casa de algún amigo, descansando, estudiando… pero no cerca de mí… estaba solo, solo de verdad. De cualquier modo, ¿a quién se le ocurriría acercarse a éstas horas? Mañana sábado seguramente vendrían, pero tal vez ya sería demasiado tarde.

Temí por horas, nadie se había acercado, nadie. De cualquier manera, yo sabía que en la oscuridad, ninguno de esos jóvenes saldría de su casa, de modo que no los esperaba… solo un milagro podría salvarme… Pero ese milagro nunca llegó.

Al otro día, Silvina, junto a sus amigos llegaron por la tarde al bosque, era un sábado y, como todos los demás, se había quedado hasta tarde durmiendo. Pero la pereza de los jóvenes tuvo su costo, porque al acercarse vieron que, ni su amigo Canelo, ni muchos otros estaban ya vivos. Las grandes compañías habían ganado, el bosque había sido tirado abajo durante toda la noche y parte de mañana.

Una lágrima corrió por el rostro de cada joven, nunca más pasarían sus tardes en el viejo bosque bajo la sombra de los árboles. Esto sucedía en todo el mundo. Numerosos jóvenes ya lo vivieron, incontables están a punto de sufrirlo.