Del fuego nace y muere, de sus cenizas reencarna y con sus ideas llena el alma

viernes, 7 de noviembre de 2008

Sin Retorno


Lejanamente quedaron aquellos días dónde todo era tan posible, esos períodos en los cuales mi mente y alma estaban tranquilas y en paz… cuando eso que inocentemente escudriñaba (aún sin saber que era) estaba lejos de ser encontrado, y a su vez reservado de mi propio juicio. De cualquier forma, se cumplió el plazo, cosa que a todos nos pasa alguna vez, el momento de cambiar, abrir la mente, dejarse llevar…
Era una suerte de llave, o por lo menos así lo cité yo, para darle una representación metafórica a ese clic que mi espíritu decidió hacer tan repentinamente, cosa que me dejó pasmada. A pesar de que era joven, recelada y centrada… el momento del cambio me apresó de una forma en la cual, reaccioné simplemente quedándome helada y sin la oportunidad de reaccionar, o por lo menos de hacerlo cómo hubiera deseado.
La llave había comenzado a dar indicios de su locación, y si bien yo no tenía ganas de hallarla, era cuestión de aceptar lo que me estaba sucediendo. Cuando la localicé, un nuevo mundo se abrió ante mis ojos, no solo de efectos sensitivos, sino de algo mucho más recóndito y espiritual. La llave de mi corazón había abierto un nuevo cosmos para mi, hacía muy poco miraba con ojos incrédulos a esos tontos llamados “enamorados”, verlos siquiera me resultaba extremadamente irrisible y sentimentaloide, pero luego me dolió darme cuenta que había sido una tonta mas… una enamorada quizá…
Mi corazón se había sincerado frente a mis ojos en un momento poco esperado, pero en ése lapso ni sospechaba que me aguardaba un dolor intenso, una decepción que no había sentido antes y un ardor en el espíritu representando un sentimiento de desarraigo que había provocado la indiferencia y apatía de aquél otro; ese que muy acongojadamente debería llamar un “amor”… no obstante comprendí que no lo había sido. Sin embargo queda tanto de mi vida por recorrer, que esto no es nada.

En mi desesperación, arranqué esa maldita llave y rápidamente cerré esa “cajita” que me recordaba infatigablemente esos sentimientos puros, nobles e ingenuos y me obligue a amontonarlos, como si ese cofre contuviera las mas horribles e insignificantes sensaciones, cosa que a cualquiera (no sólo yo) debería borrar de la memoria, para que nadie en la vida pueda hacerme algún daño de nuevo; las pretendía alejar de mi persona, de mi consciente, de mi vida diaria y de todo mi ser. Intenté archivarlas en el cofre, meter a éste en un placard desocupado de la habitación a la que nunca entro, en una casa que no existe, en ese rinconcito de mí al que menos recurro y si es posible, al que no suelo recordar, pero nunca olvidaré origen de mi futura frialdad o insensibilidad, jamás volvería a creer en alguien, porque opté (tal vez erróneamente) resguardarme de sufrir, y por eso, no arriesgar a perder, esos pocos, pero dolorosos días dejaron una huella en mi, que para siempre voy a considerar para mi, tanto imborrable como imperdonable.


sin ganas de hacer o deshacer...